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¿Podría convertirse un hombre que reza hincado en un reclinatorio y que corrige fraternalmente de forma pública a sus hermanos en un peligro para la salud pública?
En esta entrada en primer lugar se exponen algunos elementos básicos referentes a las leyes vigentes que repercuten negativamente a la libre expresión de la locura. Esta ley permite que estas personas sean víctimas de cárceles (psiquiátricos) y sujeciones químicas (psicofármacos) muchas veces por el hecho subjetivo de convertirse en un peligro para la salud pública. En este contexto se hace una denuncia de forma profética a la censura y la cancelación que mis propios hermanos en la fe me imponen en primer lugar a base de amenazas y que me hacen llegar a plantear la pregunta que hago en el presente titular.
La percepción social a lo largo de los tiempos acerca de la posible conducta violenta de los locos es una caricatura de la realidad que ha sido aún más deformada por los medios de comunicación en este último siglo con el fin de poder realimentar la maquinaria que viene a conformar aquello que podemos llegar a definir como el «lucro de la opresión» que en resumen viene a ser la conveniencia corrupta que existe entre la industria farmacéutica y los profesionales de la salud. Esta actividad perniciosa y perversa que tanto temor ha causado y sigue causando a los locos ha quedado reflejada legalmente en nuestro país en la Ley 41/2002, de 14 de noviembre sobre la autonomía del paciente. En la misma se hace una excepción para que no podamos tener el derecho y la libertad de podernos negar a un “tratamiento” con la posible privación de nuestra libertad bajo el pretexto de un «riesgo para la salud pública» Art. 9.2.a), y por un «riesgo inmediato grave para la integridad física o psíquica del enfermo» Art. 9.2.b). Este riesgo al que se refiere la ley para ambos casos hace referencia a la violencia que pueden manifestar algunos locos, que en verdad viene a formar parte del carácter colérico de algunas personas y fundamentalmente de un mecanismo de autodefensa común en todos los hombres cuando nos sentimos atacados o amenazados por algo o alguien que nos causa temor. El miedo que se produce entre ambas partes enturbia la mente y ocasiona malos pensamientos que crean confusiones y que vienen a dar lugar a un marasmo de injusticias entre las diferentes perspectivas de la realidad.
Hemos mencionado esta Ley 41/2002 con sus consecuentes artículos porque es muy posible que después de estar ejerciendo un servicio a la Iglesia en mi vida real y también por estos medios digitales que me permiten denunciar las suciedades que hay debajo de las alfombras de esta institución divina y humana a la que gracias a Dios pertenezco, he comenzado a ser ya objeto de amenaza por parte de los sacerdotes de la parroquia de Ntra. Sra. de la Asunción en Almonte, y se entiende que esto es bajo el pretexto de esta ley citada. Cierto es que el año pasado posiblemente no eran del todo procedentes para aquellos fieles que me vieron subirme a un banco en ciertas ocasiones para denunciar los errores que delatan su falsa piedad cuando los fieles meten el ruido del mundo en la casa de Dios. Ahora las cosas han cambiado mucho en este sentido, pues ya no les corrijo fraternalmente de una forma pública de esta última manera, sino hincado en el reclinatorio en clave de recogimiento y oración tratando de dar un ejemplo.
La corrección fraterna que es un acto de caridad muy necesario y poco practicado por el hecho de que los más perjudicados somos siempre aquellos que las hacemos es algo que viene a convertirse en un verdadero calvario. Desde que comencé a tener un mínimo de conciencia cristiana supe que debía de poner en práctica este mandamiento evangélico (Mt. 18,15-17) y las primeras fechorías persecutorias que tuve por parte de otros hermanos católicos hicieron que me llevaran a un primer juicio. Recuerdo que D. Rafael Ortega que en su momento era director del Congreso de Católicos y Vida Pública de la Universidad San Pablo C.E.U hace ya muchos años se sintió amenazado por algunas correcciones fraternas que pude hacerle por correo electrónico, aunque gracias a Dios finalmente no se presentó aquel día en la cita judicial.
Vivimos momentos muy críticos en nuestra sociedad y para poder tomar medida del verdadero termómetro de la realidad que vivimos solo habría que fijarse en la poca seriedad e indiferencia de muchos católicos en sus practicas de piedad. La mayoría no son capaces de ponerse frente a un espejo para poder verse a si mismos y reconocer si en verdad lo están dando todo por Dios y en el caso de ser humildes y reconocer que no están a la altura del compromiso que nos pide por medio del Evangelio se quedan impasibles y conformes con solo reconocer sus carencias.
No valoran que por desgracia hay muy, pero que muy poquitos sacerdotes comprometidos de verdad dispuestos a no quedar bien con los fieles, con el fin de que podamos encontrar nuestro bien supremo que es la eternidad. Y si hay un pobrecillo como sucede en este caso particular que se preocupa de ellos y que los ama cumpliendo el acto de caridad más grande que es decirles la verdad lo apalean, lo desprecian y si pueden quitarle del medio castigándole un tiempo en el psiquiátrico (cárceles) sujeto a diversas prescripciones con psicofármacos (cadenas químicas), les da completamente igual, pues es así tanto y cuanto que en los siete ingresos que he tenido en psiquiatría en estos últimos 9 años por la fuerte incomprensión que padezco apenas me ha visitado ni siquiera mi propia familia.
No, no soy mejor que nadie en el sentido de que me creo superior a otros, pero puedo considerarme que soy mejor porque gracias a Dios sé que tengo a Cristo en mi corazón ya que «no soy yo es Cristo quien vive en mi» (Ga. 2,20). Es lamentable que debido a que el mundo piense bajo su necio criterio que soy un “enfermo mental” tenga que verme por esta razón cancelado y censurado por mis propios hermanos en la fe para evitar que pueda hacer este servicio. No tienen apenas conciencia de lo que hacen con Dios y mucho menos conmigo, aunque rezo por estos que se han hecho enemigos míos y por todos aquellos que me persiguen porque dentro del mal que ahora me puedan hacer todo esto sé que me santifica y se cumple también en mi la palabra de san Pablo cuando nos dice que «para los que aman a Dios todo les sirve para bien» (Rm. 8,28).
Aquellos que pertenecemos al ejército remanente de la Iglesia de Cristo debemos de ser especialmente ese fermento que debe leudar la masa (Ga. 5,9). Hoy la masa que debemos de fermentar la forman muchos cristianos que necesitan una reconversión, ya que por desgracia muchas de sus prácticas podrían mejorar notablemente. Casi en la ausencia total de buenos sacerdotes, somos nosotros los fieles laicos los que debemos de preocuparnos y de actuar en este sentido. Por esta razón se precisa más que nunca que pidamos a Dios tener un corazón grande para amar y fuerte para luchar, pues la mejor manera de ser fermento entre nosotros siempre ha sido practicar la corrección fraterna. Esta reflexión que acabo de hacer podría ser útil para concienciar a otros soldados que debemos de luchar primero para ser mejores y para ayudar a otros a que también lo puedan ser con ese ánimo que recibimos primero de Dios para que podamos después animar a otros (2 Co. 1,3-4). El verdadero soldado en el ejercicio es aquel que está dispuesto a sufrir y a morir por los amigos, tal como nos lo enseñó primeramente nuestro Maestro.
Ahora es cuando creo que podría dar una respuesta al titular de esta entrada, pues ¿Podría convertirse un hombre que reza hincado en un reclinatorio y que corrige fraternalmente de forma pública a sus hermanos en un peligro para la salud pública? Dice el apóstol Santiago que «con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas» (Lc. 21,19). En definitiva, todo dependerá de la paciencia de los sacerdotes y de la mayoría de los fieles laicos para poder llegar a un punto de encuentro y dialogo sin las perturbaciones que ellos mismos crean y esto será lo que venga a demostrar finalmente la autenticidad de los cristianos en este pueblo de Almonte. En verdad, esta cuestión queda abierta y se encuentra de momento en suspense, por lo que esto aún está por ver.
Oremos por los cristianos perseguidos y también por aquellos que por desgracia no se sienten perseguidos, pues pensemos que cuando en la vida cristiana falta la persecución es señal de que algo falla, pues así nos dice el Señor: «seréis perseguidos por causa de mi nombre» (Mt. 24,9).