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«Un poco de ciencia te aleja de Dios, mucha ciencia nos acerca a Él». Esta cita de Louis Pasteur refleja con gran acierto la realidad que viven muchos fieles católicos, cuando de una manera frontal y sistemática muestran rechazo a ciertos aspectos que en verdad tienen un gran valor científico y a su vez cultural.
El mejor ejemplo que podemos sugerir en primer lugar, podría ser la riqueza que se encuentra contenida en este caso dentro del Libro de la Torá. Teniendo en cuenta que las letras del hebreo sirven tanto para formar una palabra como para definir un valor concreto, podemos considerar que los hebreos utilizan un lenguaje que tiene una enorme riqueza potencial. Aunque habría que reconocer que cuando este conocimiento está reservado a una cultura concreta, como viene a ser en este caso la judía, lo que menos complica a la inteligencia del resto de los hombres que los observan desde fuera, hace que su ciencia termine siendo objeto de aislamiento. Este aislamiento para aquellos que lo vemos desde fuera irremediablemente termina produciéndonos una gran ignorancia y lo que viene a materializarse más adelante tras esta ignorancia es la discriminación. Una de las formas que ha usado el hombre que se encuentra fuera de esta rica cultura ha sido cuando en este caso han discriminado la ciencia de aquello que conocemos como la «cábala hebrea» al criterio cerrado y generalista de que este es un conocimiento que es secreto u oculto. Habría que decir en primer lugar que esto no es del todo cierto, pues deberíamos de reconocer sinceramente que si todas las personas tuviésemos acceso a esta riqueza que también ofrece la Escritura, no nos parecería tan secreta u oculta esta ciencia y la podríamos valorar también como lo hacen ellos, pues ¿acaso no es para muchos de nosotros los hombres un misterio insondable y al mismo tiempo apetecible toda la Escritura? Este conocimiento reservado ha provocado que al mismo tiempo de haberse materializado el gran error de la generalización haya derivado a otro error aún más grave que ha sido el reduccionismo, siendo este último peldaño el que finalmente ha hecho que sus ricos conocimientos culturales terminen clasificándose como algo de carácter «esotérico», que en definitiva no deja de ser una astuta técnica más de las muchas que se usan en ciertas ocasiones para poder censurar algo o a alguien. Este tipo de comportamiento discriminatorio nos aleja más de esta cultura y lo que es peor; sino aceptamos gran parte de su riqueza, más difícil será que podamos acercarles la doctrina y el magisterio de la Iglesia a estos hermanos lejanos nuestros.
En ocasiones podemos observar a grupos de muchachos que dentro de la diversidad encontramos uno que es el más alto de todos, otro que es el más chismoso, otro que es el más fuerte, otro que es el más hermoso, otro que es el más inteligente… en definitiva, podemos decir que en la diversidad encontramos muchachos con diferentes dones que sobresalen del resto. Estas personas que suelen destacar en los grupos y que suelen tener la predisposición a competir con otros que vienen a tener semejantes dones a los propios, van a ser las personas que por norma general tendrán una tendencia más proclive a corromperse antes que otros en su fase de desarrollo. Esta realidad puede parecer un disparate si no tuviésemos en cuenta que Luzbel antes de ser un demonio había sido el ángel que más destacaba por su belleza y especialmente por su inteligencia. Por esta sencilla razón podemos explicar por qué Dios no suele elegir a los que tienen cualidades predefinidas por su orden natural ni tampoco adquiridas por la experiencia de la vida. Con esto no queremos decir que Dios se fija en las personas «normales», sino más bien en los seres «promedio» que son aquellos que no suelen destacar en nada. Precisamente por no destacar en nada, estas personas tienen mucha más capacidad para poder ser más humildes que otras que previamente han recibido una lluvia de dones y bendiciones de parte de Dios. Teniendo en cuenta que la teología y la filosofía son las diciplinas del saber más valoradas para poder llegar al conocimiento de la verdad, esta reflexión puede servirnos para tomar consciencia que suelen ser los más sabios y entendidos en la materia quienes en vez de facilitar el camino para que otros puedan tener acceso a este conocimiento, más bien terminan siendo obstáculos que con mayor o menor consciencia complican y entorpecen la ciencia que es de Dios. Ciertamente no hablamos de una novedad, pues ya los fariseos y escribas fueron los primeros modelos de personas que, en vez de facilitar el camino, más bien fueron una traba constante en la vida mortal de Jesús.
Deberíamos de tratar de reconocer que como Iglesia Católica llevamos practicando estos métodos reduccionistas que llevan en definitiva a la discriminación y exclusión de esta cultura concreta en todas las edades, aunque si tuviésemos una mentalidad más abierta podríamos salir de nuestra ignorancia para poder comprender a su vez que, aunque siempre es necesaria la purificación, todos los caminos son válidos para poder llegar al conocimiento de la verdad. Sin embargo, las personas solemos quedarnos al ras de la realidad y por tratar cualquier aspecto desde la superficialidad podemos caer en el error de contemplar esta realidad no como es, sino con distorsiones. Con esto quiero decir que por nuestra carnalidad tenemos la tendencia e incluso podríamos decir la debilidad de aceptar lo que menos nos complica a nuestra inteligencia, cuando en verdad es más sencillo comprender todo desde la dimensión espiritual. Esto era precisamente lo que les sucedía también a los fariseos y escribas cuando entraban en conflicto con el modo de obrar de Jesús. A los lideres religiosos contemporáneos del tiempo de Jesús tampoco les agradaba la libertad de pensamiento que Él tenía, como, por ejemplo, cuando los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este recibe a los pecadores y come con ellos» (Lc. 15,2). O cuando Jesús sintetiza todo el lamento contra una posición cerrada al misterio y a la novedad de Dios: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el Reino de los Cielos! Vosotros ciertamente no entráis; y a los que están entrando no les dejáis entrar» (Mt. 23,13-14). El mañana no lo sabemos, aunque ciertamente ayer pudimos observar esta rigidez en la observancia de la Ley y hoy seguimos observando cierta rigidez en la observancia de la doctrina y del magisterio de la Iglesia; un empecinamiento por ambas partes en lo que es la revelación según nuestra propia medida, que en el fondo es lo que nos impide reconocer la novedad que Jesús pone delante de todos.
Uno de los mejores ejemplos que nos pueden ayudar a comprender mejor esta realidad para el nuevo pueblo de Dios, hunde sus raíces en la discusión de Jesús por causa de las tradiciones fariseas (Mc. 7, 1-8). Este evangelio nos habla acerca de algunas costumbres que tenían los líderes religiosos en el tiempo de Jesús. De una forma irremediable y al mismo tiempo comprensible después de haber fundado Jesús su Iglesia en su orden jerárquico se han ido estableciendo otras costumbres diferentes que pueden gustar a unos más y a otros menos. Las costumbres de por sí no son malas, porque nos ayudan a educarnos y a disciplinarnos. Lo que viene a ser malo es cuando nos produce una cerrazón o una fijación mental con respecto a otras personas que teniendo buena intención nos ayudan a abrir otros caminos que pueden suscitar otras costumbres, siempre y cuando éstas tengan su base en el principio fundamental que es el amor, para poder construir una adaptación a los tiempos que nos ha tocado vivir. Por eso nos habla el Señor en otro evangelio que, a vino nuevo, odres nuevos (Lc. 5,33-39). Cuando Jesús en este último evangelio, así como en reiteradas ocasiones vuelve a tener conflictos con las autoridades religiosas, debería de motivarnos hacer un alto en el camino para preguntarnos: ¿por qué los líderes religiosos en la actualidad parecen no interesarles tanto comentar estas diferencias también desde sus perspectivas? ¿Es lógico que los fieles laicos que tenemos anhelo de imitar en todo a Jesús no queramos padecer circunstancias semejantes? Cada cual si le parece oportuno podrá razonar estas preguntas. Aunque una respuesta común a estas vendría a ser que, si nosotros los fieles laicos no queremos tener esta clase de problemas o conflictos, posiblemente no estaremos actuando como agentes para poder restaurar o renovar nuestra Iglesia, ya que, por lo común, especialmente las autoridades religiosas suelen tener demasiado vértigo a las «novedades», principalmente porque vienen a cuestionar sus esquemas y complicar sus procedimientos. Debe de quedarnos claro que Jesús no tiene nada en contra de lo «viejo». Lo que no quiere es que lo «viejo» se imponga para que lo «nuevo» pueda tener siempre una oportunidad de manifestarse, pues para cada época de la historia, el Espíritu de Dios sabe mejor que nosotros que es necesario suscitar «novedades» a su Iglesia, llevando a cabo de esta forma su misión de seguir santificándola por estos cauces. Recordemos que toda santificación conlleva esencialmente un cambio de mentalidad y no todos tenemos disposición a hacer esta inversión. Esta fue otra de las causas principales que condujo a Jesús a la Cruz, pues su Espíritu libre le llevó al precipicio de la censura en todos los aspectos de su vida, y sabemos también que esto primeramente fue por nuestra ignorancia, «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc. 23,34) y también por hacer nuestro amor a la comodidad más grande que el que debemos tener a Jesús.
Esta reflexión que acabamos de compartir puede ser útil para poder valorar el misterio de la ciencia de la Santa Cruz desde un criterio verdaderamente justo, y para llevar a cabo este cometido es necesario poder librarnos de los posibles prejuicios que nosotros hemos hecho primero con la religión judía. «Con el fin de poder estudiar las características más importantes de nuestro lenguaje, se aborda, por analogía, un lenguaje ideal. El lenguaje ideal más perfecto que conocemos es el lenguaje matemático. La matemática fue considerada por David Hilbert (1862-1943) como un sistema formal, ya que toda la matemática puede ser interpretada basándose en símbolos, axiomas, y reglas de producción» (Padilla Gálvez J, 2007, p. 47). Aunque no deja de sorprender esta «novedad» que es al mismo tiempo antiquísima por ser inherente a la creación, debemos de recordar en primer lugar que Él nos anuncia por medio del Evangelio que «no hay nada oculto que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de salir a la luz» (Mc. 4,22). Bajo mi humilde opinión todas estas «novedades» creo que no sólo son de interés para aquellas personas que tenemos unos principios religiosos y espirituales, pues la ciencia verdadera no se opone a estos principios ya que, siendo dos lenguajes diferentes para poder llegar al conocimiento de la verdad (razón y fe / ciencia y espiritualidad), ambas nos hablan de un aspecto en común: Dios «Él es origen, guía y meta de todas las cosas. ¡A él la gloria por siempre! Amén» (Rom. 11,36). Con respecto a las «novedades» que siempre deberíamos esperar de parte del Espíritu Santo que pueden servirnos como herramientas para poder trabajar por nuestra Iglesia siempre necesitada de reforma, el Papa Francisco nos recuerda que: «Él siempre puede, con su novedad, renovar nuestra vida y nuestra comunidad y, aunque atraviese épocas oscuras y debilidades eclesiales, la propuesta cristiana nunca envejece. Jesucristo también puede romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante creatividad divina. Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual. En realidad, toda auténtica acción evangelizadora es siempre «nueva».
Podemos afirmar que mientras este trabajo se encuentre escondido en un lugar recóndito como podría ser un espacio en Internet, nunca tendrá la oportunidad para que pueda ser valorado por otros teólogos y científicos creyentes o incrédulos, por eso es necesario que nosotros primero podamos tener el valor de darlo a conocer. Teniendo en cuenta que todos los bautizados tenemos los dones del Espíritu: ciencia, inteligencia, sabiduría, consejo, piedad, temor de Dios y fortaleza, es necesario que podamos actuar según nos exhorta san Pablo: «Predica la palabra; insiste a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con mucha paciencia e instrucción» (2 Tim. 4,2). Deberíamos de tener en cuenta que mientras el mal no desperdicia nada de su tiempo, nosotros como hijos de la luz sí que lo hacemos pensando en ocasiones en extremo, y este tiempo es demasiado valioso para que podamos salvar almas de cualquier forma. Si, digo de cualquier forma porque si alguien acepta un consejo personal, mi lema quizá pueda facilitar también tener mayor libertad de maniobra para llevar a cabo en este caso cualquier tipo de apostolado, pues este servidor considera que, «es mejor equivocarse que hacer poco o nada por la causa de Cristo». Esto me ayuda a mí a seguir avanzando sin miedos, pues si acierto puedo seguir dando gracias a Dios por ser un instrumento a su servicio y si me equivoco siempre podré tener la oportunidad de rectificar, pedir perdón y hacerme de esta manera mucho más humilde de lo que pueda ser ahora. Si lo pensamos detenidamente, este ha sido el método que la Iglesia desde un principio ha hecho suyo para poder evangelizar y al mismo tiempo poder ser también evangelizada para encontrar de esta manera la conformidad con la voluntad de Dios.
Si este proyecto de evangelización tiene un «alma», se puede conocer mejor en mi confesión. Es en este escrito donde muchas personas podrán valorar si este misterio de la creación es ciencia u ocultismo, si hay más bien luz u oscuridad. Si alguien considera verdaderamente interesante lo poco o mucho que haya podido conocer hasta ahora, si sabemos discernir desde un principio cada uno de nuestros roles, quizá podamos hacer un servicio a otras muchas personas para que este material de carácter científico y espiritual pudiese ayudarles también abrir los ojos o seguir madurando su fe.